Henrique Lazo
La sangre del enemigo es cara, le dice el representante de
las otras cuatro familias de la mafia a Tom Hagen, el abogado asesor de la
familia Corleone, para evitar una guerra
que está próxima a realizarse y que no se produce desde hace diez años.
El narcotráfico ha entrado en el juego y la familia
Corleone que tiene un pequeño vínculo con la ética representado por el anhelo
de Don Vito de tener negocios legales, se opone.
La Organización Corleone, personifica la impunidad. Varias
décadas dedicadas al contrabando, casinos y evasión fiscal, le han consolidado
una red de intereses que le proporcionan seguridad para sus negocios.
En los países democráticos, que son perfectibles, el crimen
organizado tiene que comprar a los magistrados y a los policías; en los países
totalitarios no hace falta porque forman parte de la orquesta.
La película “El Padrino” marca un hito en la producción
cinematográfica del Siglo XX. Francis Ford Coppola logra conciliar dos
características que le dan ese toque magistral a sus películas. Consiste en
lograr una pieza que mezcla la estética europea con la cadencia del cine
norteamericano.
Una película con el vestuario adecuado, locaciones reales,
actores convincentes y narrada con el ritmo de la edición y los recursos del
cine de Los Ángeles, es una oferta difícil de rechazar.
No produce el mismo efecto, una historia contada por una
persona frente a una calle, dejando a la imaginación del espectador los
acontecimientos.
Menos mal que todas las películas no son
iguales. Bienvenida la de los hombres arañas, los supermanes, las interminables
películas francesas con sus interminables diálogos, los 800 largometrajes
hindúes y cualquier expresión que nos recuerde que somos libres de escoger.
La libertad es el oxigeno de la existencia. Sin ella, las
especies se degeneran y mutan en organismos que desaparecen rápidamente y se
transforman en arena de coral.
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