lunes, 28 de febrero de 2011

El descenso del hombre

Henrique Lazo

Si alguien convalida la frase: “el ascenso del hombre” del matemático y humanista Jacob Bronowski, ése es Nelson Mandela. Sería imposible no citarlo a la hora de argumentar que el ser humano es un individuo con una inteligencia superior a sus congéneres biológicos y con la capacidad de administrar la vida sobre la Tierra.

Mandela tuvo suficientes motivos para odiar pero su naturaleza constructiva, para regocijo de la humanidad, se impuso a la opción del odio. Así como Don Quijote andaba por las praderas españolas desenrollando entuertos, Mandela nació para desmantelar el rencor, para desalentar el negocio de la guerra.

Según Bronowski, el hombre es una criatura única que se ha empeñado desde sus inicios en “ascender”. Un ascenso que lo distingue ante el resto de las especies por estar cargado de razón y emoción. El hombre ha logrado modelar su ambiente, construir su medio de vida y cambiar aquello que lo limitaba a seguir su proceso de crecimiento.

Según parece, la aventura del hombre se inició en África, en el valle del río Omo en Etiopía, cerca del lago Rodolfo. Surgió cuando los lagos africanos se comenzaron a secar y por consiguiente, la vegetación se minimizó fuertemente hasta convertirse en una sabana y la nueva dieta carnívora redimensionó el cerebro.

El encanto del arte rupestre apareció hace treinta mil años. Fue en el fondo de las cuevas donde el hombre desató su imaginación y las imágenes proyectadas en su cerebro las llevó a la piedra. La riqueza de sus facultades siempre le hizo proyectarse hacia algo más sustentable, a ese algo, que siempre está en ascenso

Cuando un ser humano siembra un árbol, ejecuta una de los actos mas edificantes de la especie. Cuando un militante de la cobardía planta una mina, que es la lotería de la muerte, nos está recordando lo peor de nosotros mismos, el descenso del hombre.

Madiba, cruzado de la libertad y de la tolerancia, reinventó el perdón. El siglo XX puede identificarse con su imagen, pintada por Picasso y musicalizada por John Lennon.