Henrique Lazo
Que hace que una serie de televisión se convierta en el paradigma de la pantalla chica mundial. Una obra que nos transporte, identifique y nos incluya como parte del significado.
Cientos de proyectos son presentados a
los ejecutivos de las grandes trasnacionales del entretenimiento para lograr su
aprobación, producción y exhibición. Muy pocos llegan al puerto.
El gusto no es tan predecible. La
estructuración del arte ha sido el sueño de los que piensan que la popularidad puede
reducirse a una fórmula, como una recta de cocina.
Los hilos del espectáculo se precian de
saber lo que deben hacer los artistas y de adivinar lo que el publico desea
ver. La semiología, en su momento de esplendor, prometía consumar ese anhelo.
El arte apareció, como siempre, y la devolvió a las hojas de cálculo.
“Mad Men” (Hombres Locos) es una serie dramática de televisión
creada por Matthew Weiner, ambientada en la
década de los años sesenta y protagonizada por un publicista y sus cuitas de
amor. Don Draper es una especie de alter ego de los hombres de su generación.
El héroe del status en los
convulsionados años sesenta, sufre y disfruta el compromiso de ser el director
creativo más solicitado de la Meca de la publicidad: Nueva York.
“Mad Men” es una ventana para asomarse
a una década en la que la publicidad tenía pocas restricciones. La serie crece
y evoluciona con su tiempo dramático y cronológico. Se advierten los cambios ocurridos
en los medios de comunicación y los eventos políticos y sociales que los
marcaron.
Se convirtió en un suceso comunicacional
por la calidad de sus ingredientes. Una dirección de arte adecuada, personajes
bien caracterizados que le dan credibilidad a los valores de producción y un
libreto con una construcción dramática idónea para el género.
La búsqueda de la excelencia les permitió solventar el examen de la crítica y merecer la aclamación de la audiencia. Un detalle singular, la violencia no forma parte del show.
Ni la violencia ni escenas de sexo o desnudos.
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