lunes, 26 de mayo de 2014

ESPEJO PORTATIL

Henrique Lazo

Cada 4 años se cumple religiosamente la máxima McLuhiana que reza que las ciudades, cuando hay un campeonato mundial de fútbol y 2.000 millones de personas se sientan frente al televisor para recibir simultáneamente el mismo evento, se transforman en una “aldea global”. 

La sensación es similar a la de la aldea primitiva en la que sus habitantes compartían una sola información. La FIFA tiene mas afiliados que la ONU.

El fútbol es, ciertamente, algo mas que un grupo de hombres en paños menores detrás de una pelotita. La información que se desprende de la relación de la idiosincrasia de los pueblos con sus equipos de fútbol  es inequívocamente correspondiente. 

Basta ver las expresiones africanas cuando uno de sus equipos sorprender a los gigantes. No existe un sema cultural que se le aproxime. Vale todo: la danza, la brujería, los cantos, las banderas y la intervención divina que nunca está de mas.

Tardó mucho tiempo para que el fútbol brasilero incorporase un portero negro en su selección de mayores después de la derrota sufrida en el Maracaná en 1950. La superstición, en su sentido mas dañino, atribuyó la culpa de la pérdida del Campeonato del Mundo al guardameta Ademir Menezes. 

Desde aquel entonces se evitó, por usar un eufemismo, que los porteros de la Canariña fueran de color. Medio siglo de mundiales necesitó Dida para ser titular, enhorabuena Brasil.

64 juegos en 31 días es demasiado para cualquier guerra. La fuerza de esta actividad derrota el odio con creces. El trabajo civilizador que ha tenido este deporte en el mundo está a la vista de todos, por eso, se le denomina el deporte rey y mientras ruede la pelota los misiles se congelarán. 

La condición destructiva hace pausa y los dientes al aire libre desarticulan las cejas fruncidas.


Pocos días antes del comienzo del “Mundial Alemania 2006” un conmovedor documental titulado “2000 millones de corazones” nos confirma la importancia para el mundo de un evento de esta naturaleza. 

Las culturas se dan cita en una cancha que observan miles de millones de personas para conmemorar el triunfo del espejo portátil que nos reafirma que vale la pena estar juntos. 

El documental y este breve escrito están dedicados a la memoria de Andrés Escobar, el extraordinario zaguero colombiano que pagó con su vida el error de ser humano.

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