martes, 22 de mayo de 2012

Dios y violencia

Henrique Lazo

La periodista que conduce el programa de noticias no puede ocultar su indignación. La masacre del Tecnológico de Virginia, que deja un saldo de 32 muertos, acapara la pantalla. El autor, un surcoreano de 23 años, se suicidó luego de matar a sus compañeros de universidad.

La conductora del matutino, al igual que los millones de televidentes, no entiende como las autoridades a las que le compete el caso de un estudiante desequilibrado con antecedentes perturbadores, no hayan tomado las precauciones del caso. Con una mezcla de impotencia y rabia, concluye diciendo que este asesino, por cultura o por naturaleza, hubiera sido una notoriedad en Hollywood.

El cine, considerado como la gran asamblea del siglo veinte, es ideal para confirmar esta hipótesis. Dos temas sirven para redondear la idea: Dios y la violencia. La representación del Diseñador Inteligente ha sido confusa hasta ir desapareciendo. Comenzó con la alusión de un señor de barba larga con una voz gruesa que hablaba entre nubes y que se desvaneció con la llegada del hombre a la luna. Solamente quedó la voz para ilustrar el mas allá. A partir de los noventa se utiliza también una voz femenina.

En contraste, el medio cinematográfico siempre ha representado la violencia. Desde “El Nacimiento de una Nación” de Griffith, hasta la “Pandilla Salvaje” de Sam Peckinpah, en la que comienza la gratuidad, la recreación en la crueldad y una estética de la violencia por la violencia.

En la década de los 30, en el cine sobre gángsters, los jóvenes hacen de la barbarie una forma válida de vida. El western, es la crónica de una época en la que unas gentes hicieron uso y abuso de la violencia para sobrevivir: La ley del más fuerte.

La segunda enmienda que institucionaliza la tenencia de armas en los Estados Unidos cuenta con recursos para el cabildeo exponencialmente superiores a las organizaciones que luchan por la regulación del uso de las mismas.

En la televisión entrevistan a una mujer que pasea un niño en un coche que habla a cámara y sentencia que en su país se necesitan 21 años para tomar una cerveza y solo 18 años para comprar una arma.

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