Henrique Lazo
Resulta incomprensible que los caminos
sinuosos de la política tengan una relación tan estrecha con los mandatos del
mundo del entretenimiento.
La premura de los lanzamientos
mediáticos de los iconos del cine y la televisión se confunden en la niebla que
precede y acompaña las campañas de los candidatos a conducir el destino de una
nación.
Después de la parranda comunicacional
las aguas se estabilizan y comienza el trabajo solicitado. Las ofertas se convierten
en excusas y el ingenio se reduce a justificar lo que no se hace.
Gracias a las películas y a la
literatura, que se toman la molestia de reseñar episodios que no aparecen en la
noticia diaria, la letra chiquita se hace conocida para el lector desprevenido.
Historias del acontecer oculto emergen
para ilustrarnos de lo que somos capaces los seres humanos para conseguir el
poder y a mantenerlo, a pesar de los exiguos resultados obtenidos en el periodo
de tiempo asignado para cumplir la tarea prometida.
Satisfacer las necesidades de un
colectivo que espera que sus elegidos cumplan, es secundario.
La ficción describe la vida real como si
fuera real. Con la licencia del humor y los finales felices percibimos los
motivos que generan las consecuencias sociales que no encuentran explicación.
Los conductores de la puesta en escena
política encuentran siempre palabras y frases que sustentan las arbitrariedades
inconcebibles que luego esgrimen sus seguidores para soportar tantas
equivocaciones a la vez.
La incompetencia de los funcionarios
queda relevada a la palabra salvadora del dirigente y su capacidad de posponer
la realidad.
En el ámbito deportivo el artificio es
mucho mas difícil. Las estadísticas permiten acercarnos a los resultados con
mayor fidelidad.
La selección del personal no depende de
la sumisión y los seleccionados tienen que rendir cuenta.
En la política los números se adaptan a
las circunstancias y la responsabilidad es de la administración anterior. No se
aceptan devoluciones.