Henrique
Lazo
Las
escaleras se hacen innecesarias porque están diseñadas para no llevarte a
ningún lado. El centro comercial es un laberinto deliberadamente descifrable
que aprovecha cada centímetro de tu atención para relacionarte con una marca o
un servicio.
No
hay escapatoria. Mientras observas los mensajes en el móvil, la música cambia
de piso en piso y las luces disuelven los ambientes.
Fue
el advenimiento del carro como instrumento cotidiano de la familia lo que creó
la necesidad de construir locales grandes que albergaran los vehículos y se
pudieran encontrar los mismos servicios que en la plaza de la ciudad.
Así
nacieron los centros comerciales modernos, lejos del centro de la metrópoli y
con estacionamiento.
El primer centro comercial grande al estilo moderno fue el
Northgate Center, construido en 1950 en los suburbios de Seattle, la ciudad
natal de Jimi Hendrix, en los Estados Unidos.
Diseñado por Víctor Gruen fue el primer espacio con un pasillo
central -mall- y un almacén ancla que se ubicó al extremo del lugar emulando a
los modelos antiguos como la agora griega, el foro romano o el bazar oriental.
En
el establecimiento las conversaciones se solapan y se convierten en trazos
reveladores que nos ayudan a descifrar los vericuetos de la existencia. Como la
construcción dramática de un argumento.
El
comienzo, el desarrollo, la ruptura y el ajuste. El obstáculo natural que
implica la relación, los imprevistos y los factores humanos que se oponen a su
consecución conforman los ingredientes que necesita la ficción.
En
el local, dos muchachas que probablemente nunca se encontrarán, interpretan el
drama de sus diferencias. De la misma edad y con sus sonrisas puestas en el
futuro, protagonizan las desventuras de su país.
Una,
camina acompañada por dos escoltas que la distinguen como hija de un alto
funcionario del gobierno, y la otra, apenas a unos sollozos de distancia,
conversa con una amiga transitando la desdicha de saber a su padre preso por el
mismo régimen.
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