@Henrique Lazo
Dos casas grandes sobresalen en el poblado que rodea el muelle de pocos botes. Descansan al vaivén de la tarde que se vuelve noche mientras la marea se va llevando el espejismo de las islas de enfrente.
Dos casas grandes sobresalen en el poblado que rodea el muelle de pocos botes. Descansan al vaivén de la tarde que se vuelve noche mientras la marea se va llevando el espejismo de las islas de enfrente.
La taguara multifuncional que opera
en el lugar es el tablado de lo cotidiano y lo inesperado. Conviven sus
moradores como una gran familia que trabaja el mar de día y al final de la
semana se reúnen para actualizar los anhelos y recordar el fin de semana pasado
mientras este se termina.
En la parte delantera se despachan
alimentos, bebidas y cualquier mercancía que satisfaga las exigencias de las
mujeres que son las que saben lo que se necesita.
En la parte de atrás se juega dominó
y es donde no pueden entrar los niños a menos que sus padres estén ganando.
Ya se estaba acabando el domingo
cuando llegó el forastero. Era la palabra adecuada para definir a una persona
con cara de profeta extraviado mirando hacia todos los lados sin conocer a
nadie.
La lluvia protagoniza una de esas
súbitas tormentas tropicales que arrecian pero que al rato se calman y
transmutan en una percepción extraña como si nunca hubiera llovido.
El hombre no estaba allí por
casualidad. Ninguna embarcación lo había dejado abandonado. Si no, hubiera sido
un día habitual. Deseaba que alguien lo llevara a una
de las islas cercanas para sacar fotos de un animal muy particular.
Los reptiles de estas islas tienen
la edad de las que existen en Las Galápagos pero con un color tropical. Es una
iguana gris añeja que se volvió verde fosforescente y mueve la cabeza de arriba
abajo para saludar a los turistas.
Una mujer incondicionalmente
atractiva lo acompaña hasta que el reptil hace su esperada aparición. Aquella
maravillosa compañía femenina fortuita se convirtió con el pasar de los aguaceros,
al sur del Caribe y con ojos verdes aguarapados, en una llamada perdida. Aló!
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