Henrique Lazo
Apenas aparece la Tv, un reportaje explica a los cómodos
usuarios de cama y control remoto que la
prensa ha ganado, al fin, la guerra contra la mafia en EEUU.
Los mafiosos habían impuesto 'su ley' a la Ley. Habían
derrotado a sus policías pero no habían podido contra los acuciosos flashes de
los reporteros gráficos.
La instantánea en primera página era la imagen que se
quedaba en la retina. ‘’Yo los conozco, ya no me engañan’’.
Fue el periodismo de camisa remangada. El de las madrugadas
con los termos de café y los ceniceros repletos de cansancio, lo que logró el
emplazamiento del mal.
De un pequeño escuadrón, dirigido por Eliot Ness, la lucha
se extendió a la comunidad cansada y dispuesta a sacudirse el karma de la vida
triste de luces cenitales y corbatas de espaguetis bañados de sangre por las
eternas vendettas.
Y así como la prensa sirve de condotiero al siglo XX, y a
sus más genuinos fines, así también inaugura el pánico por la difamación.
La extorsión es un arma letal en las sociedades abiertas. La
gente recuerda más a su gente por los fracasos que por sus triunfos.
Es casi un deporte observar cómo se agregan culpas, y en
minutos, el referido en cuestión, queda reducido a una especie de nada.
Al día siguiente, lo que fue el paradigma de lo maravilloso,
queda circunscrito a la impertérrita calma de un acto infeliz.
En los países donde existe la libertad de prensa, la opinión
pública se nutre muchas veces de falsos testimonios que son reseñados en
grandes titulares.
El daño puede ser irreparable, y entre empresarios y
funcionarios el terror es total. Con la 'mass media' hemos topado, Sancho.
En los países donde no hay libertad de prensa, al no existir
la crítica, la opinión pública desaparece.
El gobierno usurpa el derecho sagrado de la sociedad y
esgrime que el pueblo no necesita información, y ésta es controlada y
'suministrada' por el dictador de turno y cualquier desliz es considerado como
traición a la patria.
En el mundo libre existen las dos opciones: la noticia y la
intimidación.
La prensa le sirve a pocos para chantajear, pero nos
suministra a todos, a cambio, el placer de saber lo que está pasando para ver
de qué modo puede uno ayudar o estorbar la situación.
La savia de la democracia es el intercambio de opinión. Cada
día que pasa la especie humana avanza inexorable por la autopista de la
información.
La transparencia es la que descubre y enfoca al malo, y es,
a veces, el veneno devastador que extorsiona al bueno, pero ese es el
cambalache.
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