Henrique Lazo
El enemigo mas temido para los creadores
de contenidos es la piratería cultural. Las
cinco empresas mas importantes de discos (Universal, Warner, Sony, BMG, y EMI) están
siendo atacados por todos los frentes. Pareciera que se quedaron sin amigos.
Todos los integrantes del circuito están en el bando contrario.
Los políticos oportunistas desprecian a
los grandes sellos manifestando que ese tipo de música corrompe a la juventud y los operadores de redes fundamentan su rechazo por sus elevados cánones de
reproducción.
Los compositores e intérpretes, desde
hace tiempo, se niegan a ceder sus derechos de autor alegando que las disqueras
solo benefician a los artistas muy populares y el resto –la gran mayoria- no
obtiene dividendos.
A esto se suma el descontento de los
clientes por la inflación de los precios y el desprecio de la
industria de electrónicos, que se resume
con la frase: “bajar, mezclar y quemar”.
La época dorada en que las compañías de
discos eran un negocio mas pequeño que Hollywood -pero mas rentable- se
terminó. Dentro de las mismas grandes corporaciones del entretenimiento la
contradicción es total.
Por un lado crecen las utilidades en
las inversiones de la red y la venta de CDS para grabar y por otro lado, bajan
alarmantemente las ventas de discos originales.
En la literatura, los escritores y las casas editoriales no escapan
a la piratería. En cualquier ciudad se
consiguen ejemplares ilegales de los libros mas cotizados a la mitad de su
precio.
Los Bucaneros (piratas de tierra), los
Corsarios (piratas con “autorización”) y los Filibusteros (los propios
piratas), ya no transitan solamente los mares del siglo XVII. En el Siglo XXI,
están sobre una tabla de surf navegando tranquilamente sobre la ola de los
adelantos tecnológicos.
En la política, la situación parece ser
la misma. Cuando una de las partes impone unas condiciones desiguales a la
otra; al final, la parte afectada termina imponiendo sus condiciones
-igualmente desiguales- a la otra. Las reglas cambian, el juego sigue.
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