Henrique Lazo
No es fácil explicarse como ser
Latinoamericano. Siendo el recipiente de descendientes de europeos, aborígenes
y africanos, trazar la huella cultural no es tarea que comienza en 1492. Desde
las civilizaciones indígenas precolombinas, junto a las civilizaciones
africanas, y la ibérica, con sus componentes griego, romano, judío y árabe,
mucha es el agua que ha pasado debajo de los puentes.
El humanista mexicano Carlos Fuentes
–referencia fundamental para entender la cultura y la realidad latinoamericana-
piensa que el drama actual de la América Latina, puede resumirse en un hecho:
el acervo cultural latinoamericano no tiene correspondencias en el orden económico
y político. Una civilización inmensamente rica y plural, no ha encontrado aún
continuidad política y económica comparable.
Fuentes, navega la historia cultural de
América Latina, desde las construcciones solares de Machu Picchu y Teotihuacán
hasta la arquitectura moderna en México y Brasil. De las pinturas murales
indígenas con los muralistas modernos de México, y la continuidad, es
asombrosa. El origen enriquece el presente, el presente alimenta el porvenir y
cada una de nuestras raíces antiguas
tiene sus manifestaciones modernas.
El autor de “El Espejo Enterrado”, se
pregunta: Puede la educación ser el puente entre la abundancia cultural y la
insolvencia política y económica de la América Latina. Por qué, siendo tan
visible y aprovechable esta continuidad, insisten nuestras ideologías políticas
en separarlas negativamente en bloques antagónicos, que sólo se aman a sí
mismas cuando plantan el pie sobre el cadáver de la ideología precedente.
No se trata de darle a la educación el
carácter de curalotodo que le dimos a la religión en la Colonia (resignaos), a
las constituciones en la Independencia (legislad), a los Estados en la primera
mitad del siglo veinte (nacionalizad), o a la Empresa en su segunda mitad
(privatizad).
La cultura preexiste a la nación. La
nación es fuerte si encarna a su cultura. Es débil si sólo encarna una
ideología. Se trata, más bien, de darle su posición y sus funciones precisas
tanto al sector público como al privado, sujetando a ambos a las necesidades
sociales manifestadas y organizadas por el tercer sector, la sociedad civil. No
el poder sobre los demás, sino el poder con los demás.
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