HENRIQUE LAZO
Cuando la imprenta vino al mundo, el libro se democratizó y los manuscritos dejaron de ser los únicos portadores de la información. Ya no había que ir a las abadías para tener acceso al conocimiento. Sin embargo, para algunos, el libro debilitaría la facultad de la memoria que debía ser entrenada continuamente. Recordaríamos las cosas, no debido a un esfuerzo interno, sino gracias a la virtud de un dispositivo externo
Con la informática, ocurrió algo similar. Uno vislumbraba que la computación iba a ser un ordenador gigantesco situado en la NASA o en los centros de poder, disponible solamente, para unos cuantos privilegiados. La evolución fue distinta. Ahora, cada persona tiene la posibilidad de tener uno en su casa, en la oficina, o en su maletín. Y con la Internet, recibimos y enviamos –en segundos- correos a cualquier parte y tenemos acceso a las bibliotecas y museos mas importantes del mundo.
En estos momentos, el video telefónico ha servido para que el ciudadano común registre todo tipo de acontecimientos. No solamente para guardar el recuerdo de un cumpleaños o de una boda, sino los hechos periodísticos que han servido para grabar situaciones en las que han quedado al descubierto asesinos -muchos de ellos impunes en otras épocas- , y que ahora, tienen que rendirle cuentas a la sociedad que han masacrado, gracias a los testimonios digitales de sus realizadores.
Y así, como en los años cuarenta, las cámaras de los reporteros mostraron al mundo la cara de los gansters de Chicago, para reconocerlos y juzgarlos; los delincuentes del siglo XXI tienen que andarse con cuidado. En cualquier parte puede estar el ojo electrónico: el video telefónico.
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