Henrique
Lazo
Argentina se levantó con la noticia de que una entidad bancaria,
ubicada en plena zona comercial del barrio porteño de Belgrano en Buenos Aires,
había sido robada mediante un túnel alfombrado de 30 metros de extensión.
El
túnel condujo directamente a un grupo de delincuentes encapuchados hasta la
bóveda del banco donde durante el fin de semana de Año Nuevo saquearon al menos
140 cajas de seguridad.
Los
delincuentes concluyeron su trabajo el lunes por la mañana, antes del comienzo
del horario de atención bancaria, como en las películas.
La
modalidad de los asaltos de boqueteros no es novedosa en Argentina. El anterior
caso, conocido localmente como “el robo del milenio”, se produjo en 2010 a
menos de 200 metros de la vigilada zona del Congreso federal, en Buenos Aires.
No
es pecaminoso volver a reflexionar sobre el ineludible dilema que distrae el
pensamiento de cualquier persona interesada en los medios de comunicación y su
papel en la sociedad.
¿Son
los eventos reales los que motivan las obras de ficción o son los medios los
que dan las ideas? Las películas sobre actos delictivos premeditados tienen
casi la misma edad del medio cinematográfico.
Edwin
S. Porter, asistente de Thomas Alva Edison, uno de los pioneros de la
Cinematografía en los Estados Unidos, e inspirado por el trabajo del francés
Georges Mèliés estrena, en 1903, “Asalto
y robo de un tren”.
“The great train robbery” es considerada
como la primera obra importante, con argumento de ficción, del cine
norteamericano. Con esta película se inicia el género del western.
En
la década de los 50, “Rififi”, película francesa dirigida por el norteamericano
Jules Dassin, se convierte en un suceso cinematográfico y mediático.
La
minuciosidad y credibilidad del relato inspira a delincuentes de la vida real a
cometer actos similares que alarman a la opinión pública del momento.
El talentoso director de cine François Truffaut dijo lo siguiente: "de la peor novela que he leído, Dassin hizo la mejor película de cine negro que yo haya visto nunca".
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